Las lenguas nos enamoran

Y nosotros nos enamoramos de las lenguas. Cuando nos enamoramos de una lengua nos enamoramos de su cultura, de sus hablantes, de sus tradiciones... Es sencillo: cuando algo nos apasiona de verdad tendemos a emocionarnos y a ver todo más sencillo y accesible.

Al tratar de expresar una emoción de manera genuina, nuestro cerebro también funciona diferente: nos esforzamos más, elegimos mejor cómo expresarnos en una lengua que no es la nuestra. La perspectiva cambia totalmente, pues ni la cultura ni los hablantes a los que nos dirigimos son los mismos que los nuestros...

Al enamorarnos de un idioma nuestra expresión no verbal, nuestros gestos, nuestra manera de explicarnos... cambian a un modo más dulce, más relajado, cómodo, superando así barreras de comunicación que cada uno se va colocando, y claro, aprendemos cada vez más. Al fin y al cabo, la comunicación es saber expresarse y hacerse entender por la otra persona, ¡de la forma que sea!

Como al empezar una nueva relación amorosa, al comenzar a aprender una lengua extranjera, los malentendidos y lagunas de comunicación se vuelven más bien anécdotas, sucesos graciosos. Ya no son una barrera real hacia la expresión de emociones e información, sino que nos hacen reír y nos reconfortan al ver que nos estamos esforzando por nuestro objetivo.

La relación con los idiomas, al igual que con cualquier ser vivo de tu entorno, crece y se fortalece a medida que le dedicas tiempo, atención, cariño... Es como conocer un amigo nuevo: con sus días malos, sus victorias diarias y sus particularidades.

Demuestra dedicación, afecto... y, llegado el momento, recibirás una buena comunicación y un vínculo fuerte con ese idioma. Una compañía que estará ahí contigo siempre que lo necesites.

Cuando nos enamoramos de una lengua... expresamos lo que tenemos entre pecho y espalda, sin condiciones ni obligaciones; nos sentimos libres de fluir y... de forma más primitiva... nos comunicamos, a veces sin necesidad de hablar, solo de comprender.